domingo, 27 de febrero de 2011

LA TORRE DE BABEL II











LA TORRE DE BABEL
I
ANTECEDENTES

LA TORRE DE BABEL

Tras la fiesta de fin de año, que ya les narré, muy sobriamente (hay detalles que pondrían los pelos de punta a un paparazzi) el rascacielos conocido como Torre de Babel, sito en París-LaFrance, vuelve a su vida habitual, con mucho retraso (ha pasado un mes desde la noche de fin de año) y con una gran necesidad de limpieza y de que una mano firme tome el timón.

A falta de otra menos peluda la mano férrea del doctor Sun agarra las riendas y no las suelta ni a tiros. Como ya les he contado Slictik el millonario entregó un cuantioso cheque de millonario a la comuna que sus personajes humorísticos, declarados en rebeldía procesal, habían fundado con el fin de darse a conocer al mundo y de llevar sus propias vidas al margen de las de su supuesto creador, ya que no creen para nada que ellas hayan sido creadas en un momento del tiempo y situadas en un espacio ficticio o virtual. Nosotros, los que nos consideramos seres reales, tampoco creemos en nuestro creador ni en haber sido creados por él. Como no lo vemos, decimos muy hipócritamente, no puede existir. Como el creador nunca se manifestó a sus criaturas y sí utilizó a Slictik como intermediario o ángel de la espada de fuego, ahora resulta que sus criaturas no creen en él porque “nunca lo han visto”. ¡Si tendrán morro! ¡Yo que les di todo lo que son y todo lo que serán!

Pero aceptemos lo inevitable. La rebelión se ha producido. Han sido expulsados del paraíso, donde campaban desnudos y sin vergüenza, por Slictik, -ángel-de-espada-de-fuego, y ahora se han refugiado en la Torre de Babel, el rascacielos más moderno y confortable del mundo y tal vez de la galaxia entera. Desde allí intentarán darse a conocer al mundo, asesorados por Martín, director de Marketín, e incluso apoderarse de él, gracias a los inventos del profesor Cabezaprivilegiada. Pero antes es preciso limpiar toda esta basura y estas vomitonas que un mes de juerga y resaca continua han dejado en paredes y suelos. El doctor Sun se encuentra a cada paso con braguitas y sujetadores de las pupilas de Anabel, hoy la madame tras la muerte de Lily, y con los slips de colores y comestibles de Johnny el gigoló y sus adláteres, también contratados para refocile de las habitantes del género femenino de esta perversa Torre de Babel, donde el padre Cañibano, un cura de antes del Vaticano, comenzará a lanzar sus diatribas apocalípticas.

El doctor Sun encuentra a Carl Future y le ordena proceda de inmediato a informatizar el edificio y a dotarlo de un sistema de seguridad portentoso. A continuación se encierra en el despacho del antiguo director de Brokers&Brokers, descuelga el teléfono y solicita de las páginas amarillas francesas el número de una empresa de seguridad. La telefonista, que está conchabada y recibe un estipendio por sugerir siempre el número de la empresa de limpieza de Candelaria, la limpiadora aria, le pone en contacto con este portento, fuera del tiempo presente, aunque no del espacio (tiene su despacho o nido de víboras nazis en un piso de una de las torres de Montparnase).



Muy amablemente atiende Candelaria (que aún no sabe que es personaje humorístico y tiene derecho a parte del cheque de Slictik el millonario) al doctor Sun y éste queda encantado. La primera promete mandar inmediatamente una flota de desembarco de limpiadoras, al mando de la cual irá ella en persona, y el segundo promete un sustancioso cheque en cuanto pisen el hall de la Torre de Babel.
Al ir a retirarse del despacho para bajar a recibir a Candelaria, la limpiadora de raza aria, del doctor Sun choca con Don Fóbico Pesadilla, que está saliendo en estos momentos de un armario empotrado. Se disculpan ambos como si no pasara nada y cada uno sigue su camino.
En un pasillo el doctor Sun pisa a Olegario Brunelli, el humorista number one, que ronca sobre el suelo a pierna suelta. Ni siquiera se despierta.
El doctor Sun sigue pisando barrigas, cabezas, muslos y bajos vientres desnudos según va descendiendo de piso en piso (no se atreve a tomar el ascensor porque Carl Future le ha dicho que no son seguros). Conforme despierta les echa en cara su libertinaje y desenfreno y les embrisca al padre Cañibano, que ha caído del techo, como del cielo, en alguna parte de su recorrido. Les arenga para que se pongan manos a la obra y todos, una vez quitadas las legañas con los dedos, solicitan se les ponga su despachito oficial.
Estas son hasta el momento las peticiones que ha recibido el doctor Sun, sin perjuicio de recibir muchas, muchas más:
-Escuela espiritualista de Milarepa y Krosnamurti, azote de Occidente.
-Despacho de asesoramiento fiscal y económico y bursátil del Sr. Buenavista economista.
-Consultorio sexológico de Johnny el gigoló, Anabél y resto de pupilas y pupilos, que una vez llamados por estos nuevos millonarios para solazar sus días y sus noches, han decidido que ellos también son personajes humorísticos y tienen derecho al cheque y al correspondiente despachito oficial.
-Adalgisa se ha hecho con el despacho de un bróker sin pedir permiso a nadie y allí ha instalado su consultorio astrológico, pitonísico y de todas las mancias conocidas y por conocer.
Y así ha quedado la cosa… de momento. La flota de desembarco de Candelaria, la limpiadora de raza aria, está a punto de tocar puerto. Ya les iré narrando el resto… ¿Qué quién soy yo? Pues Lotario, el reportero más dicharachero del nuevo diario que se pondrá en marcha en la Torre de Babel. De momento hago de todo. Como paparazzi en ciernes les contaré en otro momento los desmanes y desenfrenos de este largo mes de Nochevieja en la Torre de Babel. ¡Si yo les contara todo! Solo les contaré una parte para que el escándalo no sea aún más mayúsculo e irreversible de lo que ya es.
Continuará.

sábado, 19 de febrero de 2011

LA TORRE DE BABEL I



MIS PERSONAJES HUMORÍSTICOS EN LA TORRE DE BABEL



LA TORRE DE BABEL

INTRODUCCIÓN

Cada uno de mis personajes humorísticos tiene una edad determinada y nació en un lugar concreto. Unos son bajos y otros altos, unos gordos y calvos y otros delgados y atractivos. Cada uno de ellos tiene su profesión, a la que se dedica en cuerpo y alma. Son tan diferentes que nadie diría que han tenido un padre común (lo de la madre vamos a dejarlo, no quiero problemas).
Nunca hubieran coincidido, salvo que el destino los hubiera agrupado a lazo. Y eso fue en realidad lo que sucedió. En un principio su autor y padre putativo intentó que coincidieran, como por casualidad, en el “Circo de Slictik” el loco millonario que quiso hacer un circo de humoristas y le crecieron los enanos.

Aquello no cuajó por diversas razones. Pero ocurrió que en un país del trópico se abrió un hotel nuevo y lujoso. Aquel país se llamaba el “País de la Alegría” y el hotel tuvo diversos nombres, Hotel de los líos, Hotel de los disparates… Allí fueron apareciendo, en diversas épocas, algunos de estos personajes, no todos. Muchos de ellos coincidieron, otros no. Vivieron felices y comieron muchas perdices juntamente con otros personajes humorísticos de otros autores.
La casa de Asterión fue una realidad virtual, pero nadie diría, viéndoles comer y “folgar”, que se diferenciara mucho de la realidad común y corriente que nos toca vivir todos los días. Fue una etapa apasionante en la vida de aquel país, de aquel hotel, de los autores y hasta del planeta Tierra, si me apuran un poco. No obstante como todo tiene que acabar algún día (eso y no otra cosa es la mortalidad), también aquello finiquitó.

No obstante el millonario Slictik (cada vez más loco y al mismo tiempo más generoso, por eso estaba loco principalmente) decidió donar parte de su fortuna o toda ella, aún no se sabe, a una fundación de la que serían socios todos sus personajes. Para ello compró un rascacielos o una torre en París, por Montparnás o cerca, y fue remitiendo telegramas a cada uno de sus personajes, invitándoles a pasar allí la Navidad del año…




Por curiosidad, por si las moscas (resulta difícil creer que los millonarios se vuelvan locos y te regalen su fortuna) y hasta por altruismo (un único caso: Milarepa) todos acudieron, unos antes y otros después, y tras celebrar unas fiestas navideñas realmente escandalosas y guarras, decidieron quedarse a vivir allí.
Cada uno montó su despachito a su gusto, sin entenderse mucho con el resto, por ello se la empezó a llamar “La Torre de Babel”. Tuvieron que ser el Sr. Aladro, abogadro, y el Sr. Buenavista, economista, los que pensaran en las cosas prácticas de la vida. Convocaron una reunión, dieron estatutos a la fundación, votaron sobre la presidencia y el Consejo de administración, y se ocuparon de legalizarla, pagar impuestos y planificar su expansión tentacular, como una multinacional de última hornada.
Y así comienza esta historia de la Torre de Babel. Es muy confusa, tiene muchos “lapsus” y nadie sabe muy bien por dónde le da el aire. Desde luego que el nombre le viene pintiparado.
Para los que no conozcan a estos personajes debo anunciarles que en los archivos de la fundación acabaron apareciendo papeles y más papeles, entre los que pude separar, juntar hojas y ordenar, las biografías de estos curiosos y simpáticos personajes.


¿Quién soy yo? No, no soy el millonario Slictik, aunque tal vez lo sea y se lleven una sopresa al final. Lo que importa ahora es contar esta pavorosa historia y pasarlo bien, al menos antes de que llegue el Apocalipsis y termine con todo lo habido y por haber.
Que ustedes se diviertan… lo que puedan.

domingo, 13 de febrero de 2011

Hotel de los disparates IV



Al día siguiente todo comenzó a funcionar en el nuevo país. Funcionarios borrachos abrieron las oficinas; cuerpos de seguridad embolingados patrullaron las calles; comerciantes que tartajeaban intentaban vender sus productos mientras el resto de ciudadanos dormían a pierna suelta y cuerpo desnudo en las playas.
El Sr. Pestolazzi no logró contratar empleados para que adecentaran un poco el hotel hasta una semana más tarde. Cuando el país despertó de su borrachera todo el mundo regresó a sus quehaceres y los que llevaban un tiempo trabajando borrachos decidieron que necesitaban unas pequeñas vacaciones. Los nuevos cuerpos de seguridad contratados por el consorcio de millonarios, auténticos mercenarios de mil guerras, desalojaron por fin el hotel de todo huésped que no pagara en el acto y por adelantado su estancia. Y de esta forma el hotel “Joie de vivre” que poco más tarde empezaría a ser conocido como el hotel de los disparates fue botado, mientras numerosas botellas de champagne francés golpeaban contra sus paredes, como un yate nuevecito y reluciente.
Permítanme que me detenga un momento para hacer una descripción, aunque sea muy somera del susodicho hotel.
Creo que eran veinte plantas –nunca me detuve a contarlas- algo así como cinco mil habitaciones (unas doscientas cincuenta por planta, si no me falla la calculadora), amplias cocinas en los sótanos, tres plantas, tres, bajo tierra, dedicadas a parking vigilado; un centro de seguridad oculto en un bunker de cemento que ocupaba el centro de la primera; salón de congresos y convenciones; salones rimbombantes y muy lujosos (el número y características se dirá en su momento); tiendas de alto standing en el hall; servicio de limusinas; unos cinco mil empleados entre conserjes, botones, azafatas, camareros, doncellas, maîtres, mayordomos, personal de cocina, personal de mantenimiento, etc etc. Restaurantes de cinco tenedores y una cuchara; piscinas olímpicas, un corredor acristalado desde la playa hasta los vestuarios, etc etc etc Es una lástima que no pueda disponer de muchas fotos porque la mayoría se las tragó el photoshop en un fallo estrepitoso del shofware.
El primer botones contratado fue un tal Alvarito Pina, un jovenzuelo malhablado y que siempre estaba de broma. Se hacía llamar por sus seguidores “El botones Sacarino” y no dejaba títere con cabeza con sus pullas. El flamante director le hizo firmar el contrato preparado por la asesoría jurídica que se estaba formando, integrada por un tal Sr. Aladro, a quien por lo visto los clientes de un conocido bufete internacional denominaban “abogadro” , por sus poliédricas facetas profesionales.





El Sr. Pestolazzi tuvo que escuchar todo tipo de comentarios irónicos sobre el perfume que usaba en aquel tiempo, L`homme pour les femmes”, de París. No quiso enfadarse porque no tenía tiempo para tonterías. El hotel estaba en cuadro, hasta el punto de que los primeros huéspedes hacían cola en conserjería para registrarse y la necesidad de un botones, aunque fuera Alvarito, era perentoria. Así mismo hizo ojos sordos a la desfachatez con la que aquel rebelde jovenzuelo utilizaba una especie de tabla de surf (era muy aficionado a este deporte) a la que había puesto ruedecitas de goma, porque el director no hubiera permitido ni el menor rasguño en los suelos recién pulidos y encerados. Se deslizaba subido en ella por todo el hall, dispuesto a llevar maletas y a conducir huéspedes a sus respectivas habitaciones, como un pastor sin perros conduciría a sus ovejas: silbando y arrojando piedras, si era preciso.
Pestolazzi echó mano de todo lo que pudo encontrar y pronto muchos invasores, sin oficio ni beneficio, que se habían escondido en las habitaciones, como auténticos okupas, y donde se hicieron fuertes y enfrentaron a los mercenarios, fueron contratados. La conserjería quedó cubierta, los ascensores subían y bajaban con ascensoristas flacos y con gorritas playeras y nadie que hubiera entrado en aquel momento habría sabido distinguir entre personal y clientes. Los uniformes aún no habían llegado y tardarían en hacerlo un tiempo, el que tardara Don Alcanfor, modisto y decorador, en cumplir el encargo urgente que Pestolazzi le había transmitido, por orden del consejo, sin duda influido por la esposa de su presidente, una fan adicta y recalcitrante del más extravagante de los modistos. ¡Y mira que son extravagantes los modistos!



Ya desde el principio el tráfago del hotel “Joie de vivre” se hizo tan disparatado como pronto pregonaría su fama por todos los confines del globo. A ello contribuyó con buen ánimo Alvarito, único botones por el momento, quien en su tabla de surf con ruedas no cesaba de deslizarse desde la conserjería hasta los ascensores, portando maletas y hasta huéspedes, especialmente mujeres… y atractivas, según se dijo Pestolazzi, aunque no podía estar muy seguro de ello porque el pobre hombre había tenido muy poco trato con damas… me refiero a trato íntimo, porque del menos íntimo es evidente que resultaba inevitable por su profesión. Hubo un tiempo en el que llegó a decirse de Pestolazzi que se había enmarcado claramente en una elección sexual en la que las señoritas poco podían hacer. Nada más incierto, como alguna doncella y camarera del hotel llegaría a comentar “soto voce”. Lo que le ocurría a Pestolazzi tenía mucho más que ver con su timidez congénita, de la que hablaremos en otro momento, cuando tratemos de su biografía, y con la fuga eterna a la que sometía a las damas que estiraban sus chatas naricillas hacia sus apestosos olores. Lo mismo sucedía con los hombres, con los niños y hasta con los perros, que ni siquiera se acercaban a olerle.
Por estas y otras razones Pestolazzi no dio por válida su opinión sobre la hermosura de las damas a las que Alvarito llevaba de acá para allá y hasta se atrevía a acompañarlas en el ascensor y a dejarlas en sus habitaciones, algo que no hacía con los hombres, dieran la propina que dieran. Casi todas eran mujeres solitarias, si bien se arriesgaba con otras acompañadas, siempre que su atractivo mereciera la pena. Si su acompañante no aceptaba de buen grado las miradas lujuriosas de Alvarito hacia su consorte, éste, nuestro bien amado botones, procuraba que el patín-surf perdiera la estabilidad para que el acompañante de turno se deslizara al suelo sobre sus nalgas mientras él se aferraba con mucha fuerza a la cintura de las damas. Luego, haciendo caso omiso, de los gritos de los hombres y de los gestos, más o menos compasivos de las mujeres, abandonaba a los acompañantes a su suerte y conducía a las damas a sus respectivas habitaciones.
Allí dejaba el patinete en la puerta y procuraba acompañar a la dama hasta el baño, si era preciso. Se mantenía impertérrito, a pesar de las propinas, y solo abandonaba la habitación cuando la dama de turno se lo exigía a voces, gritos o sopapos. Alguna debió de haber que no quiso arrojarle al exterior. Las causas de un comportamiento tan extravagante y lo que sucediera o no de puertas adentro no es de mi competencia, aunque puede que me vea obligado a relatar alguna que otra crónica subida de tono al respecto.
Era una delicia verle arrojar las maletas en el ascensor, sin ninguna consideración, mientras que su caballerosidad y melosidad con las damas, a las que ayudaba a descender de su patinete, a pesar de su escasa altura… la del patinete, quiero decir, porque Alvarito, a pesar de no ser muy alto, daba la talla, al menos de vez en cuando. Sujetaba el patinete con un pie hasta que se vaciaba y luego se lo echaba al hombro, lo introducía en el ascensor, haciendo caso omiso de las protestas del ascensorista y del resto de inquilinos de aquel diminuto cuarto, y mirando, bien al techo, bien a las piernas de las damas, se dejaba ascender hasta la correspondiente planta. Allí otra vez colocaba el patinete en el suelo, lo sujetaba con una pierna, ayudaba a la dama a subir, la trasladaba a su habitación a velocidad supersónica e intentaba olvidarse de las maletas. Si la dama de turno insistía regresaba veloz, colocaba los bultos en el patinete de cualquier manera y volvía a la puerta de la habitación donde la dama esperaba paciente, porque Alvarito tenía mucho cuidado en quedarse con la llave-tarjeta hasta que él pudiera abrir la puerta personalmente… no fuera que alguna lo dejara fuera, como una maleta más.
Siempre salía de las habitaciones con una oreja a oreja, sino era porque había recibido la propina que anhelaba –un cuerpo desnudo entre las sábanas- era porque se conformaba con el vil metal y cuando ni una cosa ni otra, le consolaba la esperanza de vengarse de la dama cuando llegara el momento.
Mientras estas y otras cosas sucedían en el hotel, Pestolazzi decidió encerrarse en su despacho, con un intenso olor a lavanda, descolgó el teléfono e inició una actividad frenética. Llamó a los diarios, a las cadenas de televisión y demás medios de comunicación del país y colocó un anuncio, invitando a un casting para ocupar las plazas vacantes del hotel. Los candidatos deberían presentarse en el hotel cuanto antes y se les adjudicaría una habitación hasta tanto pudiera celebrarse el casting.




EL SR. PESTOLAZZI

Se pasó el resto de la mañana, toda la tarde y parte de la noche al teléfono, hasta que le rindió el sueño, preparando un casting que pasaría a la historia como un mito del surrealismo y el esperpento. Pero antes de intentar describir aquel caos insufrible considero conveniente echar mano de los archivos del hotel de los disparates y narrarles, aunque sea someramente la biografía de este insólito personaje.
De ascendencia italiana, concretamente siciliana, sus orígenes no obstante permanecen un tanto en la niebla o la bruma más densa. Sus padres emigraron a USA, la tierra prometida, el sueño americano, donde con hartas dificultades se hicieron con un pequeño restaurante italiano, donde se servía buena pasta, ricas pizzas y todo tipo de exquisitos platos de la cocina italiana. Tuvieron que pagar impuesto a la mafia, como casi todo el mundo en La Pequeña Italia, y lograron salir adelante con sacrificio y entereza inconmensurables.
Se dice que Pestolazzi simultaneó la restauración con los estudios. Se dice que nunca los terminó, pero que de ellos le quedó una gran afición por la historia y específicamente por el barroco, las pelucas y las contradanzas. Se dice que su afición a los perfumes nació de un desengaño amoroso. Siendo aún muy joven se prendó de una jovencita GUASP (Guapa, anglosajona, blanca y presbiteriana) quien en cierta ocasión visitara el restaurante con sus padres para celebrar sus dieciocho abriles, porque era aries.
Pestolazzi se enamoró prendidamente de ella y remitió cartas a su dirección –nadie supo cómo la obtuvo- y como no lograra respuesta se coló en el jardín de la mansión de la amada, o más bien de sus papás, y le dio una espantosa serenata nocturna, tañendo el laúd, hasta que ella, completamente k.o. salió al balcón y le dio una cita.

sábado, 12 de febrero de 2011

Hotel de los disparates III






HISTORIA DEL PAÍS DE LA ALEGRÍA
Los países nacen como los champiñones, de un humus putrefacto. La tierra es de todos, decían los apaches, puesto que el gran Manitú nos la entregó a todos y no designó a nadie jefe de nadie; no separó las tribus con cercados, ni puso un letrero a la entrada de cada parcela. Bien, eso es cierto. Lo que no impidió que las tribus guerrearan entre sí por un quítame allá ese coto de bisontes. Así es la naturaleza humana.




Por esas razones y no otras los países nacieron: por capricho de reyes absolutistas, por tratados torticeros, por conquistas violentas, por guerras de los treinta o de los cien años, por compras a bajo precio o por cualquier otro motivo que se les ocurra. Tras estas cuestiones hay dinero, siempre hay dinero (ese papelito inventado por Monsieur Moneoi).

El país de la Alegría no podía ser menos, ni librarse de estas servidumbres. Su nacimiento tuvo que ver con una dictadura que cayó como fruta madura y con unos ricachones, aposentados en sus costas, que subvencionaron con ingente “móney” a un aspirante a la presidencia. A cambio exigieron la independencia del trozo de costa donde habían situado sus mansiones.

Así un día cualquiera de un mes cualquiera, de un año cualquiera (las fechas solo sirven para romper la cabeza de los estudiantes de historia) se oyeron trompetas en la plaza del Ayuntamiento de la villa, una ciudad costera, pequeña y turística, se izó una bandera, naranja, con ribetes azules y verdes, y en el centro de la misma un bikini sobre una playa amarilla y un mar azul cielo.

Un hombre de paja, lameculos profesional, leyó un discurso, lírico y heroico, dando la bienvenida a la vida al nuevo país. Tras él un nutrido grupo de millonarios en bermudas y sus esposas, en bikinis, brindaban con champán.

El país se sentía democrático. Las elecciones se convocarían dentro de una anualidad, el parlamento se elegiría por… un bikini o una bermuda…un voto, y las fuerzas armadas y de seguridad estarían formadas, provisionalmente, por los matones y guardias de seguridad gentilmente donados por aquellos ínclitos ciudadanos que tenía a sus espaldas. Quienes ofrecían en el día de hoy, fiesta nacional, comida y bebida gratis a todos los habitantes del nuevo país. Esa noche habría fuegos artificiales y barbacoa en la playa. Habría baile por calles y playas, amenizado por orquestas caribeñas y agrupaciones samberas y al día siguiente sería nombrado un embajador ante la ONU, encargado de conseguir suficientes votos para que la nueva nación fuera admitida y reconocida en la sociedad de naciones.

Esa misma noche se inauguró el Hotel “Joie de vivre”, posteriormente conocido como “Hotel de los disparates”. Se encontraba vacío, por no haber no había ni personal. Por eso fue invadido por la turbamulta, quien se apoderó de las habitaciones y suites más lujosas, donde hicieron lo que les vino en gana, a pesar de los esfuerzos de su nuevo y desconocido director, el Sr. Pestolazzi, nombrado por el consorcio de millonarios anónimos, propietarios del edificio.

domingo, 6 de febrero de 2011

EL HOTEL DE LOS DISPARATES II






LA LLEGADA AL HOTEL DE OLEGARIO BRUNELLI, EL HUMORISTA NUMBER ONE

¿Quién era, es y será, este personaje extravagante? Eso lo podrían ustedes saber de “pe” a “pa” si consultaran su azarosa biografía que este narrador halló entre los papeles y archivos del Hotel de los Disparates y que luego pude confirmar en los archivos digitalizados de la ”Torre de Babel” De momento nos basta con saber que Brunelli fue invitado, lo que es un decir ya que son enemigos irreconciliables, por el Sr. Almirante, presidente de club mundial de humoristas, asociación sin ánimo de lucro, que engloba a todos los humoristas del planeta - ya que los pocos que se le enfrentaron, decidiendo según su libre albedrío continuar su espiritual y generosa tarea en solitario se vieron tan presionados y coaccionados que acabaron suplicando la admisión- a asistir al congreso mundial de humoristas que se celebraría en el país recién nacido a la independencia y que tomó el nombre provisional de “El país de la Alegría”, con motivo de la inauguración del mejor y más lujoso hotel de aquel territorio y uno de los mejores del mundo.

Debo decirles que la invitación del Sr. Almirante expresaba muy claramente que Brunelli debería pagarse el viaje y ya se vería si también la estancia, dependiendo de si el Sr. Director del hotel les invitaba a todos o no. Se dice, se cuenta, que antes el Sr. Almirante había sido invitado por el director del hotel, el Sr. Pestolazzi, pero eso es algo muy complicado de saber con exactitud, puesto que el caos que reinó al principio y que luego se acentuaría con el tiempo, hace muy complejo rastrear nada de lo que allí realmente sucedió. Por ello me perdonarán ustedes si relleno huecos con mi fantasía y me invento algún plano-secuencia sin mucha importancia.

Brunelli viajaba en un avión pagado de su bolsillo. Su destino era el aeropuerto internacional del “País de la Alegría” o “Alegría” a secas como le empezaron a llamar todos, para abreviar. Dicho aeropuerto aún no tenía nombre, ni siquiera provisional. En cambio el hotel donde había intentado reservar habitación sin éxito sí que había sido bautizado y bien bautizado con champán francés, con el rimbombante nombre, a juego con el país, de “Joie de vivre”. La alegría de vivir, en traducción libre y espontánea, era un hotel sin par en el negocio hostelero mundial, su único problema al principio fue el de no tener personal y carecer de casi todo. Pero su director, el Sr. Pestolazzi, acabaría por solucionar todos los problemas, con el tiempo, y los que no se arreglaron con el tiempo se pudrieron hasta desaparecer. El disparate que reinó allí en los primeros tiempos y que luego no hizo otra cosa que crecer, le cambió el nombre para siempre, transformándose en el “Hotel de los disparates”. Pero antes de contar su historia me gustaría contarles otra.