lunes, 30 de mayo de 2011

LA TORRE DE BABEL III




LA TORRE DE BABEL III


UN RASCACIELOS EN MONTPARNÁS

Milarepa es un joven monje budista que llegó a Occidente hace ya tres o cuatro años para cumplir una misión que su maestro –cuyo nombre conserva en celoso secreto- le encargara. Teniendo en cuenta que entonces tenía catorce años y que ahora tiene veintiuno podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que nuestro amigo lleva danzando por aquí, y concretamente por España, unos seis o siete años.

España es un país que le gusta mucho, casi tanto como la tortilla de patata, que como es vegetariano ha resultado ser su plato preferido de la cocina española. Nada de callos a la madrileña o de paella de marisco. Un cocidito no estaría mal si solo tuviera garbanzos y un poco de berza y una sopa vegetal en lugar de la sabrosísima sopa de cocido que tiene el sabor del chorizo, el jamón, el tocino… ¡Dios nos libre de tanta carne que obtura los canales energéticos y que para obtenerla han tenido que ser sacrificados muchos animales!



Aquí, en España, un español gordito, obeso, calvo, barrigón, pero buena gente en general, se postró a sus pies, clamando: “milagro…milagro”. Había decidido convertirse y dejar su vida de pecado y perversión. Se hizo llamar Karmafinito y renunció a la lujuria –lo que no le costó mucho porque las mujeres no le hacían mucho caso, seamos sinceros- y a la gula –bueno, a esto intentó renunciar y el buen propósito le duró dos días, al tercero se comió un buen cocido a la madrileña- e intentó renunciar al mundo, al demonio y a la carne. Lo consiguió con los dos primeros, no así con el tercero. Quiero decir con la carne de comer, que de la otra hacía años que no se la servían en bandeja. Quiero decir la carne que no se come pero que nos gustaría comer… Bueno, dejémoslo, que me acabo de hacer un lío.

Milarepa estaba de rergeso en el Tibet, concretamente en el Potala, buscando un poco de tranquila meditación y los consejos de su maestro, porque después de aguantar a Karmafinito una temporada, el regreso a las soledades de su infancia se le hizo imprescindible.

Fue allí donde recibió, en fecha indeterminada, un telegrama firmado por un tal Slictik (¡vaya usted a saber de quién se trata, menudo nombrecito!)sin más apellidos, ni dirección, ni dato alguno que permitiera identificarlo a través de Google o contratando a un detective privado para que espiara su domicilio o simplemente visualizarlo a través del tercer ojo.


El telegrama había pasado ya por tantas manos que estaba muy arrugado, sucio y era apenas legible. Fue una suerte que Milarepa se encontrara en el Potala, porque de haber estado en alguna cueva, meditando, el telegrama habría llegado con tal retraso que la Torre de Babel se habría constituido como un holding empresarial a nivel mundial y con su blindaje en el Consejo de administración Milarepa no habría podido entrar ni con el tercer ojo.

Como ya hemos dicho, Milarepa era muy joven, tal vez veintiuno o veintidós años. Había viajado tanto, a pesar de su extrema juventud, que sabía casi todo de Occidente y conocía muy bien los legalismos que se gastan por allí para blindar todo lo material: contratos, edificios, poderes del Estado…Por estos y otros motivos había procurado preparar su mente para el combate en terreno adverso.

Su itinerario a través de Occidente había sido tan varado como productivo, espiritualmente hablando, incluso fue divertido en muchos momentos. Sí, recordaba con cariño la etapa de su casta vida en la que residió en el Hotel de los disparates, ubicado en el nuevo país caribeño, nacido o renacido recientemente a la independencia y llamado el País de la Alegría por muchos de sus convecinos y habitantes, vitales y optimistas por naturaleza..

Milarepa albergó durante un tiempo la esperanza de que aquel nuevo territorio fuera la semilla de un movimiento espiritual que contaminaría el mundo de bondad y globalizaría los valores espirituales hasta conseguir que llegaran a los últimos rincones, donde la oscuridad de las dictaduras levantaba el clamor de los corderos del Apocalipsis.

Allí fue donde Olegario Brunelli, quien con absoluta fatuidad se consideraba a sí mismo como el humorista “Lumber one” del planeta, y ello a pesar de su obesidad y la grosería e insulsez de sus chistes, recibiera otro telegrama idéntico al que Milarepa tenía en sus manos, casi en la otra punta del mundo.

Aunque dicho telegrama solo lo conozco por referencias sí estoy en condiciones de manifestar que no era tan idéntico como hubiera parecido. Su contenido sería el siguiente:

“Ha sido usted nombrado coparticipe de una importante suma STOP donada por el millonario Slictik STOP Preséntese en las oficinas o conserjería del rascacielos sito en el barrio de Monparnás, calle…. A la mayor brevedad posible STOP Y CIERRO
Me dirán ustedes, y con toda razón, que tiene muy poco sentido, en la era virtual de la comunicación utilizar un medio tan obsoleto como el telégrafo, existiendo fax, correo electrónico, móviles a los que mandar “esemeses”. Cierto, pero el millonario Slictik no es tan tonto como parece, y él conocía muy bien que Milarepa nunca usó móvil, ni correo electrónico, ni “faxes”, porque sus poderes telepáticos y mentales le permiten saber quién desea ponerse en contacto con él y por qué. En cuanto a Brunelli estaba siempre perdiendo los móviles con la esperanza de que los encontrara una atractiva y generosa señorita, la cual se pondría en contacto con él para devolvérselo. Razón por la cual en el primer contacto de la lista había puesto: AABrunelli-humorista-seductor.

Continuará