jueves, 5 de octubre de 2017

EL CLUB DE MILLONARIOS V

   PRIMERA FIESTA EN EL CLUB DE MILLONARIOS



El millonario Slictik abandonó la reunión en el despacho del Sr. Aladro con un sabor agridulce en la boca. Solo dos miembros en el club, se dijo, es muy poco. Luego reflexionó que no hay mal que por bien no venga, al fin y al cabo si los millonarios fueran muchos tocarían a menos. ¿Cuántos millonarios habitaban el pequeño planeta Tierra? Slictik lo sabía, se había documentado personalmente sobre ello hasta editar un libro para su exclusivo uso, una especie de Ghota, de quién es quién en el mundo de los millones. Hasta el momento solo el millonario Gregotd se había apuntado al selecto club. ¿Y los demás? Todos muy ocupados por la crisis económica que asolaba al mundo. Si no posees nada, nada te preocupa. Si tienes mucho, muchísimo, andas siempre pendiente de que la bolsa no te mande a la ruina con una buena patada en el trasero. En cierta ocasión conoció a un joven monje budista, un tal Milarepa, quien le dijo que muchos envidiaban a los millonarios, él no; el apego a la materia es mucho mayor si tu caja fuerte rebosa millones que si eres un don nadie sin una almohada donde reposar su cabeza ni un buen panteón donde enterrar tus restos. Eso se lo dijo, sonriente, aquel joven tonto, vestido con una túnica azafranada.

Puede que no le faltara razón, al fin y al cabo la vida del millonario Slictik era un vivir sin vivir en él, siempre preocupado porque sus billetes criaran billetitos, y éstos más billetitos. Siempre angustiado por el miedo a perderlo todo. Aún así no se cambiaría por Milarepa ni por todo el oro del mundo… bueno, por eso sí, pero por nada más.

Frente a la puerta del edificio donde el Sr. Aladro tenía su despachito oficial, esperaba su chofer, Baldomero. El chofero Baldomero, lo llamaba él con sorna y él sonreía, tal vez aviesamente, y se quitaba la gorra de plato como signo de respeto. Le abrió la puerta de la limusina y él se deslizó en el interior. Le ordenó que lo llevara a su yate, en Puerto Banús, y por el camino se sirvió un güisqui de quince años, de malta pura. Suerte que su esposa, la indomable Karen Latic, no estaba allí para verlo o la bronca habría sido monumental.

Al millonario Slictik le acababan de diagnosticar una úlcera de duodeno las navidades pasadas. Tomaba media docena de pildoritas todos los días y el doctor, lo mejorcito del mundo, le había puesto a dieta, una dieta aceptable para otros, tal vez, pero no para Slictik, un tragón de tomo y lomo. Karen Latic, su amada esposa y látigo de su ajetreada vida, le vigilaba noche y día, al sol y a la sombra. Hasta había contratado a un detective que le seguía los pasos allí donde fuera e informaba de todas sus trasgresiones culinarias, así como del bebercio que se introducía al cuerpo o de los puros que fumaba a escondidas (para esto no necesitaba al detective, porque su olfato de sabuesa podía oler un hilillo de humo a cien leguas). Él lo sabía, porque temiéndose lo peor, había puesto a su detective particular, bautizado con el espantoso nombre de Asta de toro, a seguir a su esposa, la adorable Karen Latic. De esta forma se enteró de que un detective lo seguía y de que éste, por mandato de su esposa, había sembrado de micrófonos y cámaras diminutas su mansión, sus ropas y hasta le había colocado uno en su sombrero borsalino. La lucha entre Karen Latic y el millonario Slictik había comenzado y sería a muerte.

Su médico particular le había asustado un poco, también por orden de su esposa, pero él se buscó otro, igualmente famoso pero más maleable (comprado con billetitos) quien le dijo que los últimos experimentos habían demostrado que la comida no tenía gran importancia en la aparición de las úlceras, en realidad era todo, o casi todo genético. Por suerte las úlceras duodenales benignas remiten pronto, al cabo de unos meses, con un poco de dieta, medicación y prudencia. Slictik se asustó un poco al principio, pero ahora comía a escondidas los platos que le preparaba su chef particular, Iñaki Lizorno, cocinero postmoderno. Bebía, no demasiado, y fumaba algún que otro puro, siempre a escondidas y siempre era descubierto por Karen Latic.



Mientras el chofero Baldomero conducía sin prisas, chistando a las jóvenes estupendas que pululan por Marbella, a la caza del millonario, recordó sus inicios en el negocio. También él comenzó como un don nadie, sin un céntimo que echarse al monedero. Pero tuvo una idea genial, reunir a los mejores cómicos del mundo, crear un circo humorístico y explotarles descaradamente hasta hacer su primer millón y luego el segundo, el tercero… Un santo padre, según le dijo a su esposa el padre Cañibano, un cura de antes del Vaticano, tal vez San Ambrosio, llegó a decir en su tiempo que un millonario solo puede ser un ladrón o un hijo de ladrón. ¡Envidia cochina! En realidad los millones los había logrado solo con inteligencia, astucia y una pizca de genialidad.

Ahora sus grupos de empresas eran incontables, como las arenas de la playa, y sus inversiones de todo tipo tan invisibles e indetectables como un fantasma que no se quiere dejar ver. Dejó de pensar en el pasado y se centró en el presente. Aunque la fiesta era solo para dos… mejor dicho para tres, porque había invitado al Sr. Aladro (estuvo tentado de regalarle unos milloncejos pero se lo pensó mejor y decidió probarlo antes, antes de que comenzara a formar parte del club de millonarios recién creado) lo cierto es que no resultaba sencillo montar una fiesta de esa categoría. Por lo pronto la seguridad es indispensable. Se enteran los indignados y “¡para qué quieres más!”, aparte de que a los millonarios les siguen y espían toda clase de depredadores, los “paparazzi” a la captura de una imagen de un millonario en calzoncillos, las “pelandruscas” a la busca del millonario de turno que meta euro tras euro en su hucha, a través de la raja… y para qué vamos a seguir.

Llamaría a Karl Future, el mejor experto en seguridad tecnológica. Aunque estaba como un cencerro (decía proceder del futuro) sus conocimientos eran inauditos y su empresa era la mejor del ramo, sin duda. Que formara un círculo de seguridad alrededor de su yate. Habría que trasladarlo de su atraque habitual, eso seguro. Que contratara una hueste de matones con el pinganillo en la oreja y la magnum en el sobaco. Luego debería confeccionar el menú con Iñaki.  Lo mejor de lo mejor, al fin y al cabo un día es un día. Le pediría a Karl que le instalara un artilugio de los suyos en la barriga, para que avisara a su doctorcito del alma si sufría un colapso. También debería pensar en más cosas, en muchas más. Por ejemplo, una vez terminada la cena y habiendo hablado del futuro del club a los postres, el cuerpo pedía fiesta. Un poco de música. Le gustaba Billy Alinferno, un trovador moderno, que se metía con todo el mundo, hasta con los millonarios. Él y su grupo animarían la fiesta. ¿Pero qué es una fiesta sin mujeres, sin “pivones” dispuestas a desnudarse y a lo que hiciera falta. El millonario Slictik pensó que mejor sería escoger a profesionales, al fin y al cabo sabes a lo que van y no deliciosas modelos que luego dicen haberse enamorado de ti y dudas si te estarán engañando y solo quieren tus billetes o acaso tu personalidad ha creado una tela de araña maravillosa, donde han quedado enredadas estas lindas mariposillas.  Llamaría a Anabél, heredera de la difunta Lily, la mejor madame de la historia para el millonario Slictik, quien había solicitado sus servicios para alguna de sus fiestas, a escondidas de Karen Latic, por supuesto.

¿Y qué más, y qué más…? Una fiesta siempre te crea problemas y más si es una fiesta de millonarios y aún más si los millonarios son dos y un secretario del club. Ya pensaría en ello… Llegó al yate, le dijo al chofero Baldomero que no le necesitaría y que podía tomarse la noche libre. Slictik se duchó en el yate, se puso cómodo y comenzó a hacer llamadas. Primero a Karl Future, luego a Iñaki Lizorno, luego a…

Cuando a las ocho de la tarde, puntual como un clavo llegó el millonario Gregotd, a pesar de haberse perdido mucho por Marbella, una ciudad que conocía poco y su chofero menos, Slictik estaba en cubierta, fumándose un puro y contemplando la puesta de sol. Saludó a Gregotd con un gesto de la mano y le invitó a subir a su yate…
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VIAJE A PUERTO BANÚS.

El millonario Gregotd, se dirigió a su limusina estacionada en la puerta de la mansión, acompañado de su amigo y guardaespaldas, Fredesvindo achuleta. Su nuevo chofer, Donanfer Osnola Veloz, les abrió la puerta. Ambos se acomodaron en su interior y Gregotd le mandó que les llevara a Puerto Banús. Donanfer, un hombre que fue muy importante años atrás, para Gregotd lo sigue siendo. Fue piloto de fórmula 1 y según informes proporcionados por las personas de su entorno más  íntimo, tiene carácter, y confianza en sí mismo. Está convencido de que nadie puede conducir mejor que él una limusina, ya que fue campeón mundial en varias ocasiones. Fue millonario, y no pierde la esperanza de llegar a serlo de nuevo. La mala suerte, y su tendencia irrefrenable a las juergas, le llevó casi a la ruina. Tuvo un accidente que le apartó de las competiciones para siempre, como es lógico, dejó de ganar dinero, y con su tren de vida derrochador, la hucha se le fue vaciando hasta quedar casi vacía. Para él, conducir la limusina de un millonario, es como resucitar en ese ambiente. Y si tiene suerte, puede que logre atraer a alguna viuda adinerada y conseguir un hueco en ese contexto tan añorado por él. Tiene un talento natural, como demostró en sus buenos tiempos, y, además, tiene un carácter alegre, y mucho don de gentes. Le apodan "el oso", debido a su gran envergadura. Mide 1,90 de altura y pesa 120 kilos.

 Gregotd supo por la prensa que Donanfer, el "oso" había ofrecido sus servicios como conductor de limusina, y pidió a su buen amigo Fredesvindo Achuleta, comisario retirado, que lo investigara con la intención de contratarlo, si las referencias le convencían. Después de una investigación exhaustiva, los resultados fueron más que aceptables y decidió contratarle por dos rezones importantes: porque es un experto en la conducción de vehículos, y porque con su corpulencia, puede serle útil, también, como guardaespaldas suplente, si fuera necesario. Fredesvindo ha trabajado veinte años como comisario en el departamento de homicidios, en la Dirección General de Policía de Madrid. Es soltero y no tiene familia. Siempre le gustó vivir a su aire, sin ataduras. Es alto y atlético, cualidades indispensables para el trabajo que ha realizado. Atractivo, al decir de las mujeres, con las que ha tenido bastante éxito. Es alegre, afable, siempre se ha relacionado con las personas de su entorno social, y ahora más, porque dispone de mucho tiempo libre. Sus conocimientos en artes de defensa personal adquiridos durante sus años de policía y su olfato para oler el peligro a gran distancia, le han convertido en un gran sabueso. Por dichas cualidades, Gregotd, decidió contratarle. Le irá muy bien tenerlo a su lado, teniendo en cuenta que, es millonario desde hace poco tiempo y no está familiarizado con los peligros que esa situación social, nueva para él, conlleva. Por otra parte, Fredesvindo, como él mismo, es un Casanova que le irá bien como acompañante en sus correrías ya que, como es sabido, enviudó hace algo más de un año y se encuentra libre de ataduras.

 Ya llegaron a Puerto Banús. Puerto deportivo de gran lujo, situado en la zona de Nueva Andalucía, entre Marbella y San Pedro de Alcántara, en la provincia de Málaga. Enclave turístico inaugurado en mayo de 1970, en uno de los mayores centros de entretenimiento de la Costa del Sol, con fama internacional. Empezaron a buscar el yate de Slictik. No fue fácil, pero, sí, divertido y emocionante. Gran cantidad de yates majestuosos y fiestas millonarias que impresionan al visitante poco avezado en ese mundo de lujo y derroche de millones. Por fin, después de una hora admirando el lugar y preguntando, consiguieron localizar el yate, en cuya cubierta estaba slictik que le invitó a subir con un gesto de su mano. Una vez a bordo, el millonario Slictik, le dio la bienvenida y se introdujeron en el interior del yate.